PATRIARCA JACOB

Jacob fue un típico hijo de mamá. ¿Cómo puede un hijo de mamá llegar a ser padre? La Biblia   nos  habla  del  desarrollo  y  del  camino  recorrido  por  Jacob,  mostrándonos  cómo  fue madurando desde el papel de un hombre  avispado  y con éxito hasta el papel de padre. En el camino se encontró con sombras. El primer paso en ese camino fue la salida del seno materno. Jacob huye de su hermano. Huye en última instancia de su sombra. Pero  esta huida le libera también de la vinculación con la madre  y le conduce en definitiva hacia sí mismo y hacia su propia verdad. En  la  huida,  Jacob  tiene  una  experiencia  de  Dios  decisiva  para  él.  En  sueños  ve  una escalera que llega hasta el cielo, por la que subía y bajaba el ángel del Señor. Arriba se halla Dios,  que  le  asegura  una  vida  con  éxito:  «Yo  estoy contigo;  te  protegeré  adondequiera  que vayas  y  haré  que  vuelvas  a  esta  tierra,  porque  no  te  abandonaré  hasta  que  haya  cumplido  lo que  te  he  prometido»  (Gen  28,15).  Jacob  se  encuentra  aquí  por  primera  vez  con  su inconsciente.  Intuye que en la vida hay algo más que batirse con la fuerza de la razón. En la profundidad de su corazón, Dios le habla y le bendice.

Cuando  Jacob,  después  de  catorce  años  de  servicio  en  casa  de  Labán,  retorna  al  hogar con sus dos mujeres, sus hijos y todas sus posesiones, se le hace saber que su hermano Esaú se  había  puesto  en  camino  para  salir  a  su  encuentro.  Piensa  que  deberá  hacer  frente  a  su sombra.  Le  entra  miedo  y  planea  congraciarse  con  su  hermano  por  medio  de  regalos.  Pero fueron inútiles todos los intentos humanos de vencer el resentimiento del  hermano a base de regalos, porque Jacob no tendría que enfrentarse  ya  con su propia sombra. Esto había tenido lugar  en  la  singular  escena  de  la  lucha  nocturna,  mano  a  mano,  con  un  hombre  misterioso (Gen  32,23-33).  Jacob  no  puede  esquivar  aquella  lucha.  Se  ve  obligado  a  afrontar  su  propia verdad. Lleva por ello a sus mujeres e hijos y todas sus posesiones más allá del vado de Jacob. «Cuando Jacob se quedó solo, un hombre luchó con él hasta el amanecer. Viendo el hombre que no le podía, le tocó en la articulación del muslo, y se la descoyuntó durante la lucha. Y el hombre le dijo: Suéltame, que ya despunta la aurora. Jacob dijo: No te soltaré hasta que no me bendigas» (Gen 32,25-27). Es una lucha a vida o muerte. Jacob no puede evitarla. La afronta y  recibe  del  hombre  misterioso,  tan  adversario  al  inicio,  la  bendición  que  le  capacita  para  ir sin miedo al encuentro de su hermano.

 

Los hombres que piensan salir airosos sin luchar se quedan estancados en su camino de maduración. La vida es una lucha. Cada cual se encuentra con su propia sombra en el camino de su realización como hombre, y encontrarse con la sombra no es ningún placer. Los cuentos nos narran con toda seriedad que en esta lucha está siempre en juego la vida y la muerte. Y al principio no se da por hecho en absoluto que la victoria sea del héroe protagonista. Tampoco Jacob  sale  vencedor.  Pero  su  adversario  se  le  da  a conocer  como  ángel  de  Dios.  En  este misterioso  ángel  bendice  Dios  a  Jacob  y  le  da  un  nombre  nuevo:  ya  no  se  llamará  Jacob (embustero),  sino  Israel  (el  que  lucha  con  Dios)



                                                                             ESAU

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